Cuando la polución te manda a un mundo aparte: Contaminación del aire como causa del autismo


Aire contaminante y venenoso que penetra en mis pulmones.
 
Has sido maldecido y por eso hoy te rebelas.

Aire que quema. Aire silencioso. Aire vástago del progreso.

La carga no es tuya, siempre ha sido nuestra.

Mochuelito friki


El transtorno del espectro autista conocido popularmente como autismo, aunque también incluye otras alteraciones como el síndrome de Asperger, es un transtorno caracterizado por una alteración de la interacción social, la comunicación y por un comportamiento compulsivo y repetitivo. Esta afectación en el desarrollo neurológico esta presente en 1 de cada 68 individuos en países del primer mundo y en 1 de cada 150 en países en vías del desarrollo (aunque podría ser mayor al reportado). En los últimos 30 años los casos de niños que nacen con este transtorno han aumentado, presentándose un gran "boom" en los 5 años anteriores al 2015. 

Las causas exactas se desconocen. Estas alteraciones en la química cerebral para muchos investigadores tienen su posible origen en infecciones víricas, el genotipo de los afectados, las condiciones medio-ambientales e incluso, para otros sectores, del empleo de vacunas con tiomersal (compuesto orgánico que posee mercurio). Sin embargo, ninguna de estas posibles causas ha sido plenamente demostrada.

Investigadores de la Universidad de Pittsburgh decidieron poner en evidencia de una buena vez al verdadero culpable detrás de todo esto. Los resultados mostraban una cara poco conocida, aunque para muchos la más obvia, de los efectos que puede provocar la constante y vertiginosa contaminación que el ser humano provoca en uno de los recursos más valiosos para nuestra supervivencia: el aire.

El aire que respiramos, lindo y lirondo, todos los días. Aire con oxígeno necesario para respirar, gases raros y conocidos, espectaculares que brillan en el  horizonte, papalotes que se alzan desafiantes y mucha, mucha, pero mucha porquería. 

Dióxido de azufre que cuando llueve nos cae en la cabezota como lluvia ácida dejando rastros amarillos en el suelo al día siguiente, plomo tan bueno para dañar los huesos y el cerebro, ozono picante que quema la garganta y el no menos, pero si muy tóxico, dioxido de nitrógeno. A todo esto hay que añadir restos de heces fecales que salen venturosos de las alcantarillas para aromatizar las calles infestadas de gérmenes y parásitos a granel. Y claro, no se debe olvidar la gran cantidad de compuestos exóticos para el entorno que se arrojan todos los días en el gran tiradero de basura que parece el planeta Tierra.

La contaminación presente en forma de partículas finas en el aire tiene un efecto devastador para el desarrollo del futuro ser humano que crece vigoroso en el vientre de su madre en el embarazo. Posteriormente durante los dos primeros años de su nueva vida en un entorno supercontaminado incrementará el riesgo de desarrollar el transtorno del espectro autista. Estas partículas contaminantes poseen menos de 2.5 micrómetros de diámetro (se conocen como PM2.5) y comprende toda clase de polvo, hollín, metales pesados, moho y humo que son generosamente introducidos en los pulmones con cada inhalación entrando en la sangre y viajando a cada célula con efectos desconocidos...bueno, ahora no del todo.

Las investigaciones continúan por este camino con maculas y mucho smog, demostrándonos la necesidad de crear iniciativas y programas efectivos que involucren a toda la sociedad (empresas, gobierno y ciudadanos) para combatir el flagelo que simboliza la polución atmosférica. La contaminación y destrucción de nuestro hogar, el planeta Tierra, no es cosa de juego.

Link al artículo de investigación:

http://www.sciencedirect.com/science/article/pii/S0013935115001449

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